-
Arquitectos: Amaury Pérez, Antonio Camacho, Cristina Treviño, Lilia de la Peña, Ricardo Ortiz; Amaury Pérez, Antonio Camacho, Cristina Treviño, Lilia de la Peña, Ricardo Ortiz
- Área: 45 m²
- Año: 2016
-
Fotografías:Manolo Herrera
-
Proveedores: Cementos Monterrey, Multiblock, Viplano
Descripción enviada por el equipo del proyecto. Casa kualé (del Náhuatl) da una solución sencilla y noble de vivienda digna a las necesidades básicas de una familia de 8 miembros que vivían en condiciones de muy escasos recursos en una colonia no consolidada en la periferia de la ciudad de Torreón. Este trabajo trata de generar un hogar a la familia y un punto de partida para generar comunidad.
Se utilizó un lenguaje honesto con materiales expuestos de manufactura regional. Se optó por manejar el contraste con volúmenes contundentes de block aparente y ladrillo. El diseño en el despiece geométrico del ladrillo aporta textura y movimiento con el juego del sol del desierto. Complementan estos volúmenes la puerta principal y una celosía de madera recuperada de palets, que son un material empleado en las viviendas aledañas.
Este proyecto es el resultado tangible de un proceso de diseño de la unión entre las asociaciones “Territorial” y “Por Amor a la Laguna”, junto con artistas, investigadores y fotógrafos.
Casa Kualé y sus 45 metros cuadrados se planearon para servir de vivienda permanente a una familia migrante del centro al norte, pretendió siempre brindar un ejemplo, no solo del trabajo voluntario colectivo que puede permear una sociedad no incluyente, sino un modelo, un barrio y una esperanza para todos los vecinos del asentamiento, cuya situación es similar. Desde su gestación, la casa se convirtió en un elemento de ese presente mejor, ése, que solo puede ser alcanzado en la periferia, donde todo mejora a diario; alegró la vida cotidiana de esos habitantes tan olvidados como el lugar mismo, y que contribuyó a fortalecer la ya probada armonía social, aquella que existe desde que se conocieron para protegerse y ponerse de acuerdo, para poder sobrevivir.
Es la fachada que mira al oriente, aquella que logra ese juego iconográfico de los elementos constructivos. Aquella que se convirtió, sin ventanas u ornamentación extra, en escenario extraordinario del que los vecinos se han apropiado con gusto. De frente a una amplia calle, es un marco ideal para solemnizar cualquier evento al caer la tarde, para socializar, jugar y descansar tras la jornada.
Al apostarse el sol tras ella, generó inconsciente el oasis. Una sombra continua que permite solazarse en el clima comarcano, semidesértico y riguroso, de escasa humedad, y que alcanza los 42° centígrados durante el verano. A su sombra, los vientos diarios cursantes aíslan del agobiante calor. La sombra sobre la pequeña explanada itinerante formada por la banqueta que la limita y que invita, muestra vegetación propia de la región, regalo de un espacio libre. Este espacio en sombra es desde entonces el sitio de encuentro donde los de rama, pueden sentirse confortados y resguardados. Es tomada como tribuna y estrado para conversaciones y conversatorios, para representaciones y presentaciones, para juego y para descanso, para hacer teatro y para expectarlo, para observar, pero también ser observado; cine, festejo, feria, fiesta, o cualquiera otra de orden cultural o humana, pero siempre familiar. El barrio fue más barrio, dentro de esta nueva y prometedora inconsciencia.
La banqueta, se convirtió única en el barrio, cobijada por una barda más alta que las del vecindario, ha reemplazado otros puntos de encuentro, diminutos, como el de la barra-mostrador horizontal, desplegable, de la única tendera. Aquella que a las doce y media del cenit reunía a los niños cansados de acarrear agua en cubetas, a jugar lotería bajo la ínfima sombra, seguros, a la vista de todos los que transitan por la corta calle poniente oriente vertebral del asentamiento, la mejor de tres paralelas que lo cruzan, quizás por 250 metros, sin pavimento, accidentadas.
A falta de espacios públicos, la fachada oriente de Kualé, renació; personalizada por los habitantes como espacio de encuentro, donde la naturaleza se muestra favorable, y como emblema de su sentido de pertenencia y origen; donde cualquiera, hasta el más pequeño, puede aislarse a la hora adecuada. La sombra no programada que nació desde las manos del barrio es para todo y para todos.
Una celosía improvisada de madera cansada resguarda el patio interior al centro, es parte de la casa que canta las dualidades de su materialidad. Ladrillo de barro de su tierra, block de sus industrias de concreto, pavimento de mármol de sus montañas, y vegetación de su campo.